Cuento de fútbol
Autor: Eduardo Bigotti
Ustedes conocen una sola manera de resolver los empates en las elecciones comunales. Realizan un sorteo ante escribano público y con un bolilla resuelven el futuro de una comunidad por dos años. ¿A eso le llaman un acto de justicia?
Les diré que no es descabellado su pensamiento, sobre todo si se le plantea el problema a un “doctorcito” de esos que estudian las leyes. Seguro que con el resultado puesto, los letrados se golpearán en el pecho gritando bien fuerte: ¡Se ha hecho justicia, aceptemos el resultado!
Lo que no cuentan los muchachos, es que cinco minutos después de saber el resultado, los perdedores comienzan a vociferar por abajo que los pasaron pal cuarto.
Que quieren que les diga, para mí las cosas se resolvían mejor antes, cuando lo que valía era la palabra o el honor.
Ustedes seguro no saben que mucho tiempo atrás, acá en el “Pareja la Ilusión”, solucionamos un conflicto electoral con un procedimiento mas genuino. Fue en la primera elección del ochenta y tres, cuando volvió la democracia y dos listas “ganadoras” de un pueblo cercano, se presentaron en la Estancia porque se negaban a dirimir el conflicto mediante un sorteo .
Me dijeron: “Necesitamos su opinión Don Velásquez”. Yo los escuché atentamente y a las veinticuatros horas los volví a llamar. Les propuse una solución acorde al carácter lúdico que se nos reconoce. Los convoqué a un partido de cabezas entre los candidatos.
Los dos estaban acompañados de sus jefes de campañas, dos muchachitos jóvenes que estaban haciendo sus primeros pasos en la política. Don Fernández y Don Servetto –los caudillos candidatos- estuvieron de acuerdo con la propuesta, ellos mismos eligieron nuestro Paraje como escenario adecuado para la disputa, lo único que pidieron fue la posibilidad incluir treinta o cuarenta simpatizantes de cada partido, para sentirse respaldados.
Por única vez hicimos una excepción, y permitimos el ingreso de “terceros involucrados”. Ustedes saben con que privacidad nos manejamos por estos pagos, tratando de no contaminar con “el virus de la realidad pura” nuestra mítica propiedad.
Logramos un acuerdo y nos autoconvocamos para el 5 de Julio, fecha en que se conmemora el día internacional de la ilusión.
El reglamento del partido quedó bajo nuestra responsabilidad.
Con el proceder que nos caracteriza, una semana antes del cotejo acercamos dos borradores -uno a la básica y otro al comité- para que sean leídos y devueltos con las firmas correspondientes.
A grandes rasgos, el reglamento proponía: jugar un partido a diez goles en dos arcos separados a ocho metros de distancia. En lugar de los tradicionales palos del arco, se utilizarían dos pulloveres traídos por los contrincantes. Cada gol sumaría una sola unidad, salvo el generado por “pechito” que valdría dos. También se aclaraba que dos cabezazos seguidos del mismo jugador originarían la pena máxima, la misma sería ejecutada por el contrario desde la mitad de cancha. Por último, precisamos que la pelota oficial sería una “pulpo” a estrenar.
Al estar los dos rivales en un todo de acuerdo, no necesitamos reformar el reglamento y avanzamos con la disputa en el horario y la fecha programada.
Y así fue nomás, llegó el momento del gran encuentro y aparecieron por la estancia los contendientes con sus parcialidades. Boinas, bombos, cantos y proclamas, le dieron al Paraje un ambiente inédito.
De movida, Don Fernández cuestionó que Don Servetto pusiera dos boinas blancas como parantes, en lugar de los dos pulloveres acordados. El radical ni lerdo ni perezoso le cuestionó la bincha de Evita que traía puesta y pidió que se informara esa situación irregular, como si fuera un voto cantado. No prosperaron ninguno de los dos reclamos, porque entendimos que ambos procedían fieles a sus identidades, así que dimos lugar al sorteo y comenzamos el juego.
Movió Don Fernández con un cabezazo fofo que tomó demasiada altura. Servetto se relamió y fue en busca del tímido disparo, infló grande el pecho para que la pulpo lo impactara, la durmió, y antes del contacto de la redonda con el suelo, le metió una bolea que originó el dos a cero del arranque.
Fernández se dio cuenta que estaba frio y necesitaba imperiosamente el aliento de las masas. Gomecito, uno de los punteros del justicialismo, entendió rápidamente las señas del jefe, y agitó a las huestes para que arranquen con la marcha peronista. Al escucharlos, el caudillo dio vuelta el partido y lo puso cinco a dos para irse al descanso victorioso.
Sublevada y exultante, la parcialidad justicialista recibió a Fernández para el segundo tiempo, con un grito de guerra : “Ni yankee ni marxistas... Fernandistas”. Los radicales, muy preocupados, llenaron de papelitos el ingreso de Servetto, y al grito de: “Alfonsín, Alfonsín”, mandaron a su correligionario al segundo período deseosos de un triunfo.
Parece que le sirvió a Servetto, porque de un dos cinco en contra, pasó a estar ocho cinco a su favor, como consecuencia de tres pechitos seguidos.
La cancha tomó un clima increíble, ya nadie estaba ajeno a la tensión que proponían los contrincantes. El nueve a nueve del tanteador, anunciaba una resolución para el recuerdo. Nadie podía asegurar que el ganador sería el mejor, si prácticamente no se habían sacado ventajas, Quizás por eso, los dos punteros de los caudillos -los pibes nuevos de la política- me llamaron aparte antes del cabezazo de Servetto.
Me apartaron en un rincón del improvisado estadio, me miraron fijo y sacaron una lapicera para firmar el empate. Les pregunte si estaban seguros de lo que hacían, me dijeron que no me preocupara porque aquí no había ni vencedores ni vencidos, y que gracias a este empate, ellos habían parido el primer gobierno de coalición de la nueva democracia.
nos mudamos
Hace 2 años.
1 comentario:
I'm impressed with your site, very nice graphics!
»
Publicar un comentario